Ella acomodaba sus joyas mientras yo miraba mis manos en el teclado y me daba cuenta de que estaban rojas, por el frio que acaparaba el aire.
Ella miraba su celular, miraba supongo sus mensajes, ordenaba sus joyas, sus joyas de plástico, de colores femeninos, pulseras negras, rosadas, y blancas que yo suponía, ella había hecho, para si o para algunas de sus amigas. O para nadie.
Levantaba mi mirada, para ver que hacia mientras sus manos rozaban su pelo. Era curioso pero ella escogía, al azar sus pulseras, jugaba con ellas.
El celular permanecía encendido, pero ella “ni bola le daba”.
Levanto sus manos, levanto su cara, miro al pasillo, Tomó su pelo. Y me ruboricé en el momento en el que se quedo mirándome. La mire, tres segundos después.
Ella empezó a levantar sus pulseras, sus joyas de plástico; hablo en argentino con una chica que supongo era su amiga; después supe, algo de un lienzo. Se levantó.
Mire sus curvas descaradamente.
Se sentó de nuevo frente a su amiga y la taxonomía de sus pulseras fue destruida momentáneamente, puesto que en el momento de haber estacionado allí, comenzó de nuevo a hilarlas en su orden. Su amigo, no se sentó, luego llegó otra que tampoco se sentó, y comenzaron a discutir como buenas amigas, sobre las pulseras.
De hecho, creo, que sus joyas de plástico, de telas, sus pulseras, eran nada más que una entrega.
Hubo cinta, diagramación de espacios, discusión de dóndes, de cómos, de porqués, y poco a poco la entrega fue tomando forma.
Ella, la de las curvas, seguía sentada; sus amigas de pie a falta de dos sillas, todas en un afán tácito, pero delicado anterior a una entrega.
Cuando estuvo cerca me quite las gafas, para que me “apreciara mejor” pero ahora que esta lejos, las llamo, para que me permitan verlas nítidamente, ya que a unos metros es obvio que ya no la veo como la veía hace minutos, cuando estaba a mi lado.
Las tomé, seguí escribiendo cosas sin sentido, la miré; ella miraba un libro.
Leyó un apunte en su libro, en su cuaderno, y de nuevo en argentino imperceptible comenzó a leer, puntos de lo que yo supongo, debería llevar su entrega.
Se vestía azul, y con apliques rojos.
Pero en el momento, una chica se aproximo a mí. No a mi directamente, sino a mi posición, para arreglar una de sus entregas.
Esta vez no había pulseras, sino papeles con anteojos, con fotografías, y con una amiga de nuevo que empieza a hablar desconocidamente rápido.
Corrección, era un Trabajo Practico. Uno no, varios.
Mientras de un solo tajo, se levantaron las pulseras y se fueron en dirección que no conozco, al algún rincón de este edificio inmenso, y con frio.
La chica próxima, tenía problemas con el corte. Con la cuchilla y con la escuadra. Y yo me preguntaba qué hacer. Seguir en esta charla absurda y personal o simplemente ayudarle con sus “trabajos prácticos”. Era bonita, pero pequeña. (No se por que escribo en pasado si esto es en vivo y en directo).
La chica hace pausas para comer galletas. Alinea la escuadra, corta.
Pero una persona cercana al lugar, en una prodigiosa mesa, le cede el lugar a la chica que estaba frente mío y que ahora está en la mesa.
Sola. Corta su entrega.